domingo, 22 de abril de 2012

Dibujo de una noche ideal



Dibujo realizado a mano por mi y coloreado con lápices acuarelables.
Espero poder seguir mejorando poco a poco ^_^.

viernes, 13 de abril de 2012

¡Aviso a todos los hechiceros!


Desde que era una niña, una enana molesta con el cabello corto y alborotado, siempre quise ser hechicera. Yo quería invocar unicornios del azucar moreno y que mis conjuros de agua dibujados con cera en la alfombra del salón se hiciesen realidad.

A día de hoy, con una veintena y media a mis espaldas, no he sido capaz de conjurar nada que no fuese el fuego de mi mechero, no conseguí convocar unicornios para que los demás los viesen e iluminasen sus vidas con el recuerdo, pero cada noche le doy un beso de buenas noches a uno verde e imaginario que descansa en mi balcón.

Porque los hechiceros, acechados por la tecnología y bajo el yugo del estrés de una vida corriente, ya no tienen tiempo para dedicarse a sus ajados pergaminos y sus pesados y enigmáticos grimorios, si no que guardan sus cantos en un word con letra número doce. Las pociones de amor y ungüentos de la buena estrella ahora huelen a fresa y plátano y son el recuerdo de una merienda memorable. Yo no vivo en una torre encantada, mi cuarto está en una segunda planta. Y no tengo polvos mágicos pero si de los inolvidables.
No puedo entenderlo ¡Cuanto hechicero perdido!
Ya no hay druidas para compartir secretos en la falda de una montaña, pero si hay brujas que te roban el bastón. Me licencié en conductas y comportamientos del dragon verde de Asia y ahora solo aspiro a cobijarlos en viejos mitos de una carrera de letras.
Hablamos con la mirada perdida, el oído en otra parte y la cabeza en Pekín (de donde son los dragones azules). Nuestras runas se pintan solas en servilletas de papel mientras pasamos el tiempo en las cafeterías.

¡Esto es un llamamiento para todos esos hechiceros perdidos! Ayudémonos los unos a los otros a sobrevivir y que esta digna profesión de mago de tres al cuarto no se pierda; que son muchos los que no entienden de magia y su delicada forma de manifestarse como para que nosotros también lo olvidemos.

lunes, 9 de abril de 2012

La caida de un castillo de naipes

(Relato del 5 de Mayo del 2009 sobre mi pequeña y díscola Arianrhod)

Ella siempre había aspirado a lo más alto.
Bueno, quizás no siempre, estoy segura de que alguna vez había soñado con ser solo ella misma,
con sus berrinches y mal temple en una una cabaña muy lejos acompañada o no, de alguien.
Esto último siempre le había parecido indiferente, hasta ahora.
Hasta que apareció ella, con su sincera y franca sonrisa, y sus ojos de color caramelo.
Hasta que apareció ella aquel castillo de naipes no era perfecto, pero se sostenía.

No era una buena persona, se irritaba con facilidad y la envidia enturbiaba sus sentidos con frecuencia.
Competitiva, soberbia, exigente.
Tocaba el violín desde que tenía cinco años, ella era una superdotada, un genio en ciernes que durante años lo había dado todo por la música,
lleno de talento pero sin espíritu propio.
Cree recordar tardes donde tocaba para Juvett, la cual acompañaba esa melodía torpe con su aterciopelada voz.
A ella también la envidiaba, a ella a la que más.
Su hermana no tenía maldad, era dulce, blanda y reconfortante, no le hace falta
revestirse de lazos y puntillas para emanar ternura e ingenuidad.
Hubiese cambiado su talento de buena gana por un trocito muy pequeño de la magia que emanaba de ella.
Pero era imposible odiarla, aquella pálida criatura había nacido para ser amada,
era la musa de todos aquellos que la escuchaban piar en su inmaculado balcón de mármol.
Tan mágica y tan sola.

Era el centro de su reducido mundo, o lo había sido hasta que en una sobria y aburrida entrevista
conoció a la que sería su nueva guardaespaldas. Fuerte e imperturbable y a la vez fresca y natural.
¿ Creéis en el amor a primera vista? Ella no.
Pero no podría conciliar el sueño en noches haciendo memoria de cómo la había tomado de la mano para presentarse
y sobretodo, no olvidaría aquella mirada fugaz a la puerta corredera de cristal,
una mirada triste y llena de ansiedad con destino en su hermana Juvett.

martes, 3 de abril de 2012

Tributo a mí misma

Era un sentimiento insólito, uno más de tantos, sin duda, eso a estas alturas ya no me sorprende. Pero lo cierto es que era mas embarazoso de digerir, algo nuevo que se ocultaba fácilmente bajo las capas de otros nombres poco acertados. No sabía muy bien si reír o llorar, siempre podría dejarme llevar, pero desde aquellos años al borde de un muro en el bosque ya voy con pies de plomo, y a cada nuevo suceso que hace aflorar un sentimiento lo interrogo a conciencia.
¿Quien eres? ¿Porque estás aquí? ¿Como has surgido?
Y a ellos sin duda les molesta, les debe resultar extraño y lamentable que alguien los cuestione, no suele ocurrirles, a momentos tan dichosos nadie parece poner reproche en sus labios.

Hoy era el día en que dos de estos se encontraran, uno ignorado y persistente y el otro mas alegre y pizpireto. Y aunque de todo corazón quería hacer huir al primero, me encontré con la chocante situación de que venía de la mano del otro, más conmovedor, más abstracto.
Nunca seré capaz de explicar la alegría, la emoción que se agolpó en mi garganta cuando eché un vistazo a ese folio manchado de grafito y vi que por fin era capaz de plasmar a grandes rasgos abstrusas ideas de mi mente.
¡Y pobre de aquel que se atreva a discutir sobre la valía de tal ensoñación!

Era como degustar la más dulce exquisitez durante unos breves segundos pero a la vez mantener su recuerdo durante días para poder paladearlo con calma. Fue como aquella vez en un tren donde me sentí feliz simplemente por el hecho de escuchar una canción bonita y poder observar el camino. Como cuando tienes la certeza de amar a alguien durante un momento sin que el miedo haga mella en ese equilibrio tan delicado que es el amor correspondido.

Estoy segura de que no podré retener durante mucho mas tiempo esa tierna evocación, pues la costumbre mata los sentimientos inesperados y esta misma hará que me esfuerce por plasmar los reinos de fantasía mas enrevesados, mundos laberínticos que me guíen de nuevo a encontrar esa temporal y breve perfección.

No obstante, como ya he dicho, esa deliciosa muestra de felicidad iba entrelazada con la certeza de algo mucho más grande y complejo de afrontar. Por un momento me pregunté si el placer obtenido de unos segundos era suficiente para compensar tanto sufrimiento, sin sabores, miedos y tormentas venideras. Reconozco que fui injusta. Pero la sensación se nutre de mis miedos y a veces, cuando no soy capaz de mantenerme serena y estable se adueña de mi pecho como si unos tentáculos lúgubres y etéreos se tratasen, no importa cuanto corra o cuanto cambie la situación porque eso que temo tiene su nido hecho en mí.

A veces creo derrotarlo y me alzo victoriosa, por un momento me parece que no volveré a deambular por tan tenebrosos parajes hasta que me doy cuenta de que es cuestión de tiempo que ese sendero feérico y reluciente desemboque en otro de macabro atractivo. Pero si algo he aprendido estos días ha sido a aceptar la dualidad de las cosas. ¡A buenas horas!
Pero una cosa es leerlo y comprenderlo y otra muy distinta convivir con ello y hacerlo tuyo, cocinar a fuego lento en tu marmita esa filosofía con muchas otras vivencias que en el peor de los casos son incompatibles.

Así pues, hice uso de esta sabiduría recién adquirida y la apliqué a tan espinoso rompecabezas. Ni luces ni sombras, no mas héroes o villanos, ni ángeles o diablos, ahora todo era una nebulosa hermosa e imperfecta a su manera que tenía que aprender a amar y comprender. Debía practicar y hacer de ella un marco para mi vida. Y aunque aquello auguraba durar siglos ya había conseguido que lo sopesase, lo cual en una persona cabezota como soy yo es tener recorrido la mitad del camino.
Supongo que en parte he decidido aceptar este sentimiento que aprecio como una vil debilidad a modo de tributo al pasado. Algo en mi decía que a mi yo del pasado, aquella vagabunda y encapuchada carmesí, le hubiese encantado toparse con tal sensación, con semejante regalo, en sus eternos viajes en el límite del bosque de los sueños. ¿Uno de los soñadores, quizás?

No lo sé, pero lo que si se es que aquella hechicera, que soy yo ahora, hubiese abrazado la amargura contra la que tanto frunzo el ceño y la hubiese hecho suya con un verso o dos.

Y por ella y no por nadie más, por quien no tomó la decisión de dejar su andanza en el más allá a un lado, si no que fue arrancada de tan humilde e imaginaria profesión como es la de tejedora de sueños, por ella, decidí hacer frente a tan fastidiosa y necesaria adicción, y a reconocer una debilidad más, la mayor de todas.