Era un sentimiento insólito, uno más de tantos, sin duda, eso a estas alturas ya no me sorprende. Pero lo cierto es que era mas embarazoso de digerir, algo nuevo que se ocultaba fácilmente bajo las capas de otros nombres poco acertados. No sabía muy bien si reír o llorar, siempre podría dejarme llevar, pero desde aquellos años al borde de un muro en el bosque ya voy con pies de plomo, y a cada nuevo suceso que hace aflorar un sentimiento lo interrogo a conciencia.
¿Quien eres? ¿Porque estás aquí? ¿Como has surgido? Y a ellos sin duda les molesta, les debe resultar extraño y lamentable que alguien los cuestione, no suele ocurrirles, a momentos tan dichosos nadie parece poner reproche en sus labios.
Hoy era el día en que dos de estos se encontraran, uno ignorado y persistente y el otro mas alegre y pizpireto. Y aunque de todo corazón quería hacer huir al primero, me encontré con la chocante situación de que venía de la mano del otro, más conmovedor, más abstracto.
Nunca seré capaz de explicar la alegría, la emoción que se agolpó en mi garganta cuando eché un vistazo a ese folio manchado de grafito y vi que por fin era capaz de plasmar a grandes rasgos abstrusas ideas de mi mente.
¡Y pobre de aquel que se atreva a discutir sobre la valía de tal ensoñación!
Era como degustar la más dulce exquisitez durante unos breves segundos pero a la vez mantener su recuerdo durante días para poder paladearlo con calma. Fue como aquella vez en un tren donde me sentí feliz simplemente por el hecho de escuchar una canción bonita y poder observar el camino. Como cuando tienes la certeza de amar a alguien durante un momento sin que el miedo haga mella en ese equilibrio tan delicado que es el amor correspondido.
Estoy segura de que no podré retener durante mucho mas tiempo esa tierna evocación, pues la costumbre mata los sentimientos inesperados y esta misma hará que me esfuerce por plasmar los reinos de fantasía mas enrevesados, mundos laberínticos que me guíen de nuevo a encontrar esa temporal y breve perfección.
No obstante, como ya he dicho, esa deliciosa muestra de felicidad iba entrelazada con la certeza de algo mucho más grande y complejo de afrontar. Por un momento me pregunté si el placer obtenido de unos segundos era suficiente para compensar tanto sufrimiento, sin sabores, miedos y tormentas venideras. Reconozco que fui injusta. Pero la sensación se nutre de mis miedos y a veces, cuando no soy capaz de mantenerme serena y estable se adueña de mi pecho como si unos tentáculos lúgubres y etéreos se tratasen, no importa cuanto corra o cuanto cambie la situación porque eso que temo tiene su nido hecho en mí.
A veces creo derrotarlo y me alzo victoriosa, por un momento me parece que no volveré a deambular por tan tenebrosos parajes hasta que me doy cuenta de que es cuestión de tiempo que ese sendero feérico y reluciente desemboque en otro de macabro atractivo. Pero si algo he aprendido estos días ha sido a aceptar la dualidad de las cosas. ¡A buenas horas!
Pero una cosa es leerlo y comprenderlo y otra muy distinta convivir con ello y hacerlo tuyo, cocinar a fuego lento en tu marmita esa filosofía con muchas otras vivencias que en el peor de los casos son incompatibles.
Así pues, hice uso de esta sabiduría recién adquirida y la apliqué a tan espinoso rompecabezas. Ni luces ni sombras, no mas héroes o villanos, ni ángeles o diablos, ahora todo era una nebulosa hermosa e imperfecta a su manera que tenía que aprender a amar y comprender. Debía practicar y hacer de ella un marco para mi vida. Y aunque aquello auguraba durar siglos ya había conseguido que lo sopesase, lo cual en una persona cabezota como soy yo es tener recorrido la mitad del camino.
Supongo que en parte he decidido aceptar este sentimiento que aprecio como una vil debilidad a modo de tributo al pasado. Algo en mi decía que a mi yo del pasado, aquella vagabunda y encapuchada carmesí, le hubiese encantado toparse con tal sensación, con semejante regalo, en sus eternos viajes en el límite del bosque de los sueños. ¿Uno de los soñadores, quizás?
No lo sé, pero lo que si se es que aquella hechicera, que soy yo ahora, hubiese abrazado la amargura contra la que tanto frunzo el ceño y la hubiese hecho suya con un verso o dos.
Y por ella y no por nadie más, por quien no tomó la decisión de dejar su andanza en el más allá a un lado, si no que fue arrancada de tan humilde e imaginaria profesión como es la de tejedora de sueños, por ella, decidí hacer frente a tan fastidiosa y necesaria adicción, y a reconocer una debilidad más, la mayor de todas.