martes, 14 de junio de 2011

El sueño de una tarde de verano**

Era una calurosa tarde de verano, una de esas, amarillas y secas, desprovistas de todo interés y entretenimiento posible o realizable. La habitación se encontraba cubierta de aburridos libros de análisis y sintaxis, una taza de té vacía y varios subrayadores descansaban placidamente sobre el escritorio; la lectora en cuestión, dueña de aquel caos, se mecía distraída apoyada en el alféizar de la ventana, escuchando el sonido de la monótona estación, soñando despierta con otros mundos de invierno. De cuando en cuando levantaba su mirada soñolienta para avistar a Cenizas, un Husky siberiano que también detestaba en silencio esta época del año, en busca de distracción. Pero a Cenizas también le aburría aquella interminable tarde.

Olía a canela, polvo y cloro. La joven suspira, Cenizas la imita y la situación no parece que vaya a mejorar hasta que la noche llegue y cubra aquel desértico paisaje con su manto. Haciendo de el un lugar mas misterioso, húmedo y encantado. Convirtiendo las marismas en pantanos de brujas y los pinares en bosques de hadas. Nunca leerías en un libro una trágica historia de amor a media tarde ni un paseo entre unicornios a plena luz del día, o eso pensaba ella. Las cosas mas interesantes siempre ocurrían pasado el ocaso del sol, que todo lo ilumina, lo esclarece y lo despoja de todo secretismo y seducción.

O eso pensaba hasta llegó el.
Al principio era una nube abstracta en la inmensidad del cielo, una pequeña mancha blanquecina con toques de un dorado deslumbrante en la que nunca te fijarías dos veces, porque esa clase de cosas nunca son lo que te gustaría que fuesen, siempre son producto de ilusiones y desconocimiento.
Pero esta vez la señorita del alféizar estaba muy predispuesta a creer en aquella desconcertante y extraña nube. Por emerger de aquella entumecedora tarde de estudio estaba dispuesta a creer que era incluso un hermoso caballo de alas plateadas que venía en su búsqueda.
Quizás no fuese lo que pensaba nada mas observarlo, pero nada menos increíble se acercaba al viejo caserón donde vivía y cuanto mas imposible le parecía todo aquello, mas dispuesta estaba a creer en el.
Cenizas se alzó sobre sus patas traseras, apoyado en el marco de la ventana abierta y ladraba, ella lo intentaba calmar "Calla, calla, no vayas a espantarlo" Como si aquella noble criaturita guardase en su interior poder semejante para hacer retroceder a un dragón.

El dragón albino batió sus alas a unos escasos metros de su ventana, imponente, majestuoso, con reflejos dorados en sus escamas y una intensa mirada ámbar. El inmaculado cielo pareció palidecer a su lado y el olor a verano de siempre se transformó en un perfume inquietante de azufre y especies de otra tierra. La mujercita abría los ojos de par en par y se los refregaba nerviosa, pues lo que al principio había sido un pasatiempo en el que había decidido creer para matar minutos a sus horas de estudio, ahora era un sueño hecho realidad. Parecía que sonreía, parecía que la miraba ¿quería que lo siguiese? Aquel instante fue eterno, quizás los dragones llevan la inmortalidad consigo, pues dos minutos parecían haber sido horas. Y en los diez segundos siguientes durante los que recorrió las escaleras a toda prisa para salir al descuidado patio de piedra parecía haber llegado el atardecer.

Cenizas la seguía, inquieto a causa de aquella majestuosa criatura, pues una cosa eran los diversos e inofensivos animalitos fantásticos que traía su dueña cada noche a su habitación y otra muy distinta tan feroz y amenazador señor de las montañas de fuego.
Ella lloró durante horas hecha un ovillo en un rincón de aquel humilde patio cuando vio que el mayor de sus sueños se había esfumado de la misma extraña e irrisoria manera en la que llego.
Pero cuando la noche llegó y con ella su perfume de irrealidad y su capa de sueños imposibles la chica hizo de aquel aburrido verano su mas trepidante cruzada. Aquella que se contaría a si misma años mas tarde cuando no conseguía conciliar el sueño: La dama y Cenizas en busca del Dragón blanco.

**Guiño al sueño de una noche de verano, de Shakespeare.