martes, 8 de noviembre de 2011

Reflexiones de la hija de un Templo 2

Acuciada, temblorosa e insegura.
¿Que había sentido? Su calor, sus pesares, una fuerte y pasional insistencia a saltarse por alto todas aquellas barreras que me hubiese dispuesto a poner en el pasado. No me lo esperaba, nunca lo habia hecho, pero no puedo negar que algo dentro de mi, ese instinto ligado a la luna del que tanto reniego estaba deseando que ocurriese. Y aunque ese hubiese sido mi ultimo dia en el continente me habría retirado con una sonrisa en recuerdo del abrazo, forzoso y necesitado.

¿Que había mostrado? Una dudosa necesidad de afecto, una confusa percepción de la situación, ¡cuan estúpida había sido! que en vez de devolver todo el bien que me había hecho abriéndole mis brazos me había cerrado en balde por temor. Pero ¡Por la Luz! ¿Temor a que? Sin experiencias que empañen una muestra de afecto sincera, solo por miedo a lo que este acercamiento podría suponer. Deduzco que el terror se adueño de mis músculos, de cada uno de mis sentidos cuando aquella oleada de cariño me inundo por completo. Y yo, poco acostumbrada a tan torrencial muestra de aprecio, me vi desbordada.

Creo que es una de las pocas veces a lo largo de mi vida que me he visto forzada a mentir. Dije que no requería la atención de nadie, que no la necesitaba y no es cierto. Solo necesitaba la atención de una persona, aquella persona que me abrazaba y era incapaz de apartar sus ojos vidriosos de los mios. Aun no soy capaz de ordenar esa fuente que emana sentimientos y emociones contradictorias dentro de mi.
Pero solo tengo una cosa, clara como que la Luz nos une a todos. Y es que si tengo que perder el control, quiero que sea ahora. Rezo porque llegado el momento sepa caz de dejar a un lado todas esas estupidas ataduras y abrazar la verdad de mi esencia y con ello de lo que siento.